En la primera década del siglo XXI, el mundo se ha hecho predominantemente urbano. Por primera vez en la historia hay más personas que viven en las ciudades que en el campo. La competencia por los recursos naturales ahora afecta no sólo a los minerales escasos, sino también a los alimentos y al agua.
En el futuro las guerras o amenazas de guerras ya no sólo se darán entre las naciones por el petróleo sino por el agua, si persiste la "inercia de los dirigentes". Informe de la ONU: Las guerras del futuro serán por el agua
Nuevo mapa en la distribución de poder económico y geopolítico
La más explícita paradoja de las alteraciones en la distribución del poder global la presenta la reducción de significación global del G7. Este grupo originalmente constituido por las mayores economías del mundo (EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), aun viéndose obligado a dar cabida por razones esencialmente políticas a Rusia, no es representativo de las hegemonías económicas en el mundo de hoy. Así se puso de manifiesto en la renovada vigencia que asumió el G20, comprensivo también de las más relevantes economías emergentes, con ocasión de la búsqueda de soluciones a la actual crisis económica y financiera.
Es verdad que EEUU sigue siendo la economía de mayor dimensión del mundo, con un PIB aproximadamente de 17 billones de dólares. Pero China aparece inmediatamente con uno superior a 9 billones de dólares, si en la valoración se emplean tipos de cambio de mercado. La diferencia en población y el dinamismo como operador en el comercio y la financiación global amparan esa anticipación de liderazgo global por tamaño e influencia geopolítica. Su población, 1.340 millones de habitantes en 2011, frente a los 312 millones de EEUU, ayuda también a explicar la distancia que todavía existe en términos de PIB por habitante: en 2011 el de China no superaba el 11% del correspondiente a EEUU.
En esa pugna por posiciones dominantes en la escena global el papel de Europa no ha registrado precisamente un avance. El conjunto de sus economías ha mantenido un ritmo de crecimiento más tibio, especialmente durante la crisis. Al mismo tiempo, su influencia geopolítica no ha ido paralela al ritmo de ampliación de la propia Unión Europea (UE). Ello ha sido el resultado, además de políticas poco orientadas al crecimiento y al fortalecimiento de los factores que impulsan la competitividad, a la ausencia de avances significativos en el fortalecimiento de la dinámica de integración. El conjunto de la UE, en especial la eurozona, se presenta hoy en la escena global como un bloque convaleciente, con serias dificultades en sus procesos decisionales y limitaciones competitivas de alcance.
La eurozona, efectivamente, ha acentuado durante esta crisis su declive rela-tivo. El área monetaria tiene hoy un PIB de 16.7 billones de dólares. Su poten-cial de crecimiento se ha visto muy erosionado con el impacto diferencial de la crisis actual, tanto en términos de daños en la economía real, en los sistemas financieros e, incluso, en la erosión de las propias instituciones.
Por primera vez en la historia Japón y varios países europeos occidentales han invertido sus pirámides de población por edades y tienen más personas con más de 60 años que de menos de 20. También por primera vez, viven más personas en ciudades que en el campo y las que padecen de obesidad superan a las que pasan hambre. Según datos publicados recientemente en la revista The Lancet, el sobrepeso afecta a 2.100 millones de personas, casi un tercio de la población mundial; una tendencia ininterrumpida desde 1980.
La disminución del número medio de niños nacidos de cada mujer ha sido mucho más rápida en Europa, Asia Oriental (especialmente China y Japón) y, en menor medida, Norteamérica. Las mujeres de estas regiones disponen ahora de oportunidades económicas, políticas y sociales mucho mejores que en el pasado. Pero estas sociedades están envejeciendo muy rápidamente. En la primera década del siglo XXI, el mundo se ha hecho predominantemente urbano. Por primera vez en la historia hay más personas que viven en las ciudades que en el campo. La competencia por los recursos naturales ahora afecta no sólo a los minerales escasos, sino también a los alimentos y al agua.
Las proyecciones de las Naciones Unidas indican que, entre 1995 y 2050, la población disminuirá en Japón y en prácticamente todos los países europeos. Países como Bulgaria, Estonia e Italia podrían perder la cuarta parte o un tercio de su población. La tendencia al envejecimiento persistirá, y la edad media de la población alcanzará máximos históricos. En Italia, por ejemplo, la edad media aumentará de 41 años en el 2000 a 53 en el 2050. En la mayoría de países, el cociente de dependencia potencial –número de personas en edad activa (de 15 a 64 años) por persona mayor- pasará de 4 ó 5 a 2.
Imagen: ONU |
El crecimiento de las ciudades es un proceso de cambio fundamental en el mundo actual. Cada semana se suman un millón y medio al total de habitantes urbanos en el mundo. Desde el año 2007, por primera vez en la historia de la humanidad, tenemos más personas viviendo en las ciudades que en el campo. En 1960 había solamente dos ciudades con más de 10 millones de habitantes, Nueva York y Tokio. En la actualidad son ya 21, y para el año 2025 la ONU estima que serán 35, la mayoría en India y China.
El crecimiento de las ciudades tiene dos consecuencias importantísimas. La primera es la necesidad de construir infraestructuras de todo tipo para acomodar la afluencia de personas, y sobre todo de aquéllas dirigidas a suministrar agua y alimentos. La segunda es la generación de nuevas pautas de desigualdad social tanto entre el campo y la ciudad como dentro de las ciudades, que cada vez son más duales. La pobreza urbana ha crecido considerablemente en las dos últimas décadas. Conviene recordar también que el cambio global afectará de manera drástica a los pobres urbanos en África y en el sur y este de Asia.
En definitiva, los cambios demográficos van a transformar el equilibrio geo-político mundial, generando numerosas tensiones y una presión generalizada sobre los recursos naturales, especialmente el agua y los alimentos. Son muchos los expertos que vaticinan numerosos conflictos por estos recursos.
Image: Percentage urban and urban agglomerations by size class. |
El reto unánime del cambio climático y la sostenibilidad
Existen pocas tenencias que además de ser asumidas de forma casi unánime generen tanta inquietud. El cambio climático, que amenaza a la propia sostenibilidad del crecimiento económico y de la extensión del bienestar, es una de ellas.
Los mejores científicos predicen que, sin una acción correctora, el cambio climático llegará a ser irreversible en algún momento crítico durante este siglo. Hacia el año 2030, los precios de los alimentos podrían duplicarse comparados con los de 2012 y la mitad de la población mundial podría verse afectada por una grave escasez de agua. El crecimiento en las economías emergentes ha ido acompañado de degradación medioambiental. En los países tanto desarrollados como en vías de desarrollo se pretende la búsqueda de la sostenibilidad. El énfasis está no sólo en la energía, sino también en la producción y el consumo ecológicos de bienes y servicios. La agricultura, la construcción y el turismo se han convertido también en objetivos de estos esfuerzos para alcanzar la sostenibilidad. La tecnología y el cambio de comportamiento de las personas se presentan como las únicas y complementarias soluciones.
La experiencia en otras crisis ha dejado como lección fundamental que es mejor prevenir que curar. Que no es necesario esperar a verificar los efectos del desastre antes de adoptar decisiones. De igual forma que la crisis todavía vigente ha contribuido a que los modelos macroeconómicos tomen en consideración la inestabilidad financiera, también habrán de hacer lo propio con las restricciones medioambientales, con la preservación del “capital natural”.
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